El aire tiene historia (2021)

Hace ya un par de años que me mude a Madrid, en un principio iba a ser tareas académicas, formación y ya está, eso no sería más que un par de años. En ese momento asumí mi condición de temporal, de turista prolongado, de visitante en estos ires y venires que tiene la vida. Yo asumía que mi condición no iba a permitir que me aferrara a tradiciones o incluso que me afectaran situaciones que no fuesen de mi incumbencia. Tomé ese avión con la intensión de ser embajador del Ajiaco y la aguapanela, de tratar a cada uno de sumerce y de recordarles que del platanal de donde yo vengo no solo se exporta coca, marihuana o café.

Llevaba pocos días recorriendo el callejero de Madrid, aún me perdía, tenía que revisar constantemente el GPS para saber si iba bien o no. Sin embargo, cuando los trayectos eran largos era inevitable el uso del transporte público, del maravilloso y genial sistema público con que cuenta Madrid. En esta ocasión mi cometido era movilizarme desde mi casa hasta el lugar donde tenía que hacer el proceso de solicitud de mi documento que me identificara como estudiante extranjero. Para poner caras y nombres, yo vivo en el distrito de Chamberi, mientras que la Comisaria de Policía a la cual tenía que ir estaba ubicada en el distrito de Usera, evidentemente para los que conocen Madrid les es fácil ubicar trayectos, pero para los que no, esto se complica y reduciendo el uso de mi capacidad de descripción geografica diré que es un trayecto de poco más de una hora, y no por la distancia sino por la falta de trayectos directos. Esto en metro lo podría hacer con un cambio de linea y en un tiempo cercano a una hora y media. 

Pero Juan Cely, no estaba dispuesto a caer en la monotonía de los trayectos simples, de los viajes sin sentido, el era un ciudadano de mundo que habitaría temporalmente y tendría que conocer cuantas formas, colores, tamaños pudiese encontrar. No me pareció descabellado el plantear mi trayecto en tren de Cercanias, así que me dispuse de realizar ese trayecto como cualquier ciudadano más. Me equipe de la suficiente batería para el móvil, de tener dos posibles rutas por si fallaba alguna y de toda la documentación que tenía previamente organizada, el yo de esos días era bastante más meticuloso con el orden del yo de ahora. Lo fundamental de todo esto es que la ruta principal que yo había planeado contemplaba un trayecto desde la estación de Nuevos Ministerios hasta Atocha, donde haría un transbordo para finalmente bajarme en Aluche.


Al escribirlo se dice fácil, y quizás al planear una ruta con un trayecto similar suena convencional, hoy en día lo es, pero ese día no lo fue. Una parte de mi estaba emocionado y a la vez nostálgico, tendría en su mochila de experiencias el estar en Atocha, si en una estación más de la red de estaciones de los trenes que frecuentan Madrid. Pero para el supuesto habitante temporal de Madrid no fue una vez más, al contrario, era su primera vez y paradojicamente sería la puerta a una nueva sensación, a un cumulo de emociones que pocas veces he experimentado en mi vida. Recuerdo que salí temprano para la cita y tenía tiempo para hacer algo de turismo. La fotografía dice que fue hecha el 22 de septiembre de 2016 a las 09.56, y está hecha de tal manera que las plataformas de trenes son visibles, no todas evidentemente, pero si algunas. Lo más interesante de esta  historia es que no se baso en la fotografía que tome, sino que la fotografía era testigo de un momento que no creí que fuese a sentir aquí.

Al bajar del tren tenía que cambiarme a otro anden, y justo en ese cambio tuve la oportunidad de pasarme por la pasarela que comunica las escaleras de todos los andenes que hay allí, ese al menos era mi plan. Al poner el pie bajando del tren, algo sentí en todo mi cuerpo, un cosquilleo como si se me estuviera durmiendo las extremidades, un entumecimiento con la característica que la movilidad la mantenía a plenitud, que solo era algo de percepción. Unos pasos más adelantes la sensación se hacía más fuerte, mientras un aire templado casi frió soplaba entre las personas que estábamos allí, o eso seguía creyendo yo. Poco a poco las sensaciones se fueron acentuando, no era común que yo viviera cuadros de eso, consideraba que estaba sano y que no tenía problemas físicos. Tratando de buscar alguna razón como la comida o quizás cambios de temperatura abruptos, eso si para tratar de engañarme que algo pasaba. Lentamente levanto mi cabeza y miro alrededor y percato de una situación inusual en mi, y es entender que no estaba en cualquier sitio, no era un lugar casual y común, para mi yo turista.

Afortunadamente en el momento en el que logre sincronizarme con el entorno entendí que mi emotividad se había transferido a todas las partes de mi cuerpo, que mi sentir no era más que un reflejo de la emoción que sentía al estar corporalmente en ese sitio, me encontraba caminando por los andenes de la Estación de Atocha. Para cualquier persona del común es un trayecto más, quizás un trayecto diario que pudiese llevar años haciéndolo, incluso unos cuantos. Los suficientes para haber vivido la tragedia de los atentados del 11 de marzo del 2004, de quizás ser sobreviviente y de nadie saberlo, o ser familiar o amigo de alguna victima. Pero ¿Estaría yo glorificando un sitio por un suceso histórico?, ¿Estaría yo emocionado por un lugar que fue agredido por el flagelo del terrorismo? ¿Qué había pasado conmigo? Tengo tantas preguntas como respuestas, asumo cosas que no podría saber si son conducentes o no, durante los últimos 5 años no he podido saberlo. Pero la fotografía tenía un único fin, y era poder contar que el primer día que pise Atocha fue coyuntural, y se me vinieron a la mente las imágenes de los trenes, de la gente herida, de toda esa información que en su momento recordé.

Salí de allí como cuando uno tiene una experiencia de expiación, de cura, de limpia. Ese día Juan Cely entendió que había algo más que no estaba contemplando, que realmente era mi condición de entrada para convivir con los españoles. Estaba sintiendo una emoción que no tiene una explicación razonable desde el punto de vista de alguien que quisiese mantener su identidad lo suficientemente clara y detectable. Tendría que validar que la sensación fue algo puntual y que no era posible que se repitiera porque era como marcar un ítem en la lista de lugares por recorrer. Las siguientes veces que pase por allí la sensación se mantenía, y es algo característico cuando yo estoy allí, cuando voy acompañado suelo contar esta historia, pues cada una de las veces que he puesto un pie allí las mismas emociones me invaden y las sensaciones se repiten.

Hoy asumo que esa condición de sentir ello, es una característica de mi empatía, de saber que ese día dolió tanto que marco la historia de muchos, demasiados. Que ese día trascendió de tal manera que impacto al colombiano que hoy escribe estás lineas para entender que este día hace parte de un imaginario colectivo lleno de tristeza y desolación que muchos madrileños no olvidan. Por mi parte,  cada vez que me baje del tren en Atocha y sienta ese aire entre las personas, yo recuerde que ese aire tiene historia.   




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