El café del otoño (2019)

Retomar, volver a hacer, ponerse de nuevo frente a la hoja en blanco, sincerarse. Sensación que solo una hoja en blanco puede revelar frente a alguien que no puede decir las cosas por miedo, miedo al rechazo. Bueno, al menos eso pensaba cuando estaba frente a ella, y pensando en que no podía decirle las cosas, lo feliz que estaba de estar ahí, de ese momento único, de esos minutos que fueron gloria. 

Era otoño, era fin de semana, hacia un agradable frió otoñal, de esos que se curan tomando café o viendo películas en casa. Era una forma de esas de mantener la amistad, cosa que Borges nos enseño a que no requiere de constancia, pero esta vez era diferente. Yo iba incomodo, no llevaba unos buenos días y tenía mi mente en varios aspectos poco agraciados para la sociedad incorrecta de hoy en día, pues mis compromisos con la academia generan largas jornadas concentrado en hacer las cosas simples.

Ella, feliz, radiante, tranquila y espontanea, amante de los perros y gatos; libre y empoderada, amante de su vida, de la de ella y de la de nadie más; de sus derechos y de los de todas sus compañeras, una mujer en condiciones sin más. Arreglada de tal manera que pareciera que la incomodidad de salir no fuese importante, de unos atuendos bien puestos que le lucen genial y se convierten en el manto ideal que cualquier mujer con dos ovarios bien puestos pudiera llevar; y unas botas que eliminan los prejuicios de delicadeza de esta sociedad ha impuesto sobre la mujer. Lo único que no me encajaba eran sus lentes de contacto, las lentillas que son un poco opacas y le modifican el hermoso tono de sus ojos.

Calles llenas de hojas, los días como estos son de enmarcar y las aceras de la capital cubiertas con esa capa de maravilla salvaje que solo es posible en estos meses otoñales. Una capa que claramente me decía que todo iba a salir bien, que me reiría, que recordaría que tan bonito y fantástico era contarle de como intento hacer robots y ella claramente de como va en su vida, como lleva su relación con su pareja, o como llevan las cosas con sus compañeros de piso. Un realismo que bajo extrañas supersticiones me pareció mágico, un realismo que no pretendo glorificar ya que lo hace el solo. 

Una amenaza, el café  de este sitio es fenomenal, dijo ella. Punto seguido recalco que sería inocuo convencerme que hay café mejor que el colombiano. Para fortuna de la tarde, el café estaba delicioso, aunque debo admitir que no lo pedí solo, esta vez por miedo a tener que llenarlo de azúcar para cambiarle el sabor, este café me ha sorprendido. Un lugar de los típicos en donde los jóvenes de hoy en día toman fotos para subirlas a redes sociales, donde la gente pone sobre las mesas su ordenadores de marcas populares para que los vean, así solo revisen en correo. Un lugar con la luz cálida con un ambiente amigable y con una extraña vibra de quédate cuanto tiempo quieras que no nos va importar. Una piedra, granito quizás justo a mi izquierda, que me trataba de hacer sentir frió pero mi mente ignoraba todas esas reacciones por verla sonreír, por verle sus ojos mientras tomaba café, el café bueno que ya lo había recalcado.

Los minutos pasaron, que no los sentí, yo contaba mis historias, me quejaba de cuanta injusticia había y ella conocía, hablaba de mi familia, de mis amigos o de las cosas bonitas que no somos consientes e ignoramos, hablamos de todo. Fue una tarde bonita, de esas de amigos, de colegas, de gente que se quiere y sabe valorar los minutos. Llega el momento cúspide de la jornada, caminar y hacer caminos, explorar, perdernos, y ver a donde salíamos. De saber que pensaba, de expandir mi universo, de darle puerta abierta a sus ideas y que esos mundo de ilusiones se compaginaran, de saber sus opiniones, de encarar mis propuestas radicales, de saber que al final el radical quizás sea yo. Minutos que se esparcen como la arena, que parecen pocos y fueron miles, que si fuese consiente de su final los apreciaría muchísimo más en el momento y no calles después de dejarla cerca a su casa para yo continuar para la mía. De ir hablando de temas que sabemos no podemos hablar con cualquiera, de decirnos tonterías pero sin mayores compromisos, de saber que nos escuchamos y nos respetamos, que respetamos nuestras vidas, nuestras amistades, nuestras parejas, que sencillamente nos respetamos como los individuos que somos y desde nuestra cotidianidad construimos una sociedad mejor. 

La noche tenía final, que claramente estaba lejos, pero la misma belleza que inspiran los días otoñales se la lleva el tiempo que hace afuera, un frió arrebata las aspiraciones de poder continuar hablando, de seguir compartiendo y de yo tener parte de mi mente embelesada con futuros distópicos como ese soñador empedernido que siempre he sido. Todo esto pensé, de camino a casa, luego frente al papel, de como narraría esa historia, de como estaría después de todo, siendo así un perfecto día para un café del otoño.




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